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18 noviembre 2016

FALCÓ


Falcó, el último libro de Arturo Pérez Reverte. Una genial novela centrada en una leyenda urbana, que independientemente sea o no sea cierta, si lo fue, debió cobrar vida de la forma que nos plantea el autor. A mayor, o menor distancia.

Y se vale de esta ficción  para contarnos cómo fue la España guerra civilista, fuera de la nobleza de las trincheras, inmersa en los bajos fondos de la ciudad, en sus sombras, en su discurrir por las cloacas, donde imperaban las tesis  más miserables de unas ideologías enfrentadas sobre un escenario donde la vida humana apenas valía nada.  

Con seguridad, menos que el devenir de una mosca empeñada en posar sobre la oreja de uno, fuera ésta la de cualquier sujeto, fuese o no de medio pelo, que intervenía en uno o en el otro bando. En eso se parecían ambos, los del uno y los del otro. Calcados. Quien molestaba, pasaporte. O con mayor precisión: al “paseo en la noche”.

Espionaje urbano que se tramaba tanto desde una siniestra oficina, como al compás de un baile dispuesto en una fiesta de alta sociedad, donde uniformes de alto copete  cruzaban sus órdenes a subordinados dispuestos a llevar a cabo las encomiendas más siniestras. ¡Cuéntame! que te cuento.

En sus páginas, con la acostumbrada jerga del antiguo periodista, ilustrado en vivo y en directo ante los más ruines actos de los que es capaz el ser humano, el autor no nos habla de bandos, sino de sus banderías.

De una sorprendente misión sutilmente orquestada, que con el tiempo perdura en el imaginario español ante un mar de dudas más o menos interesado, donde la certeza del mismo se fija en la arena del desierto, certificada por un oasis como posible.

Cambio de cromos que Arturo Pérez Reverte trata a su manera con la maestría propia de una intriga que engancha al lector.

La liberación de José Antonio Primo de Rivera a caballo de la leyenda, con las riendas de la emboscada, con el final de su muerte en una cárcel de Alicante tras un juicio de parte.

De su prisión, llevada a cabo con anterioridad al comienzo de la guerra civil, se vale el autor para trasladarnos a una época tan de actualidad en los últimos años; que no debiera.

Protagoniza la novela Falcó, de profesión espía a sueldo, quien pertenece a uno de los bandos, que, sin embargo, no es más que el suyo propio. El otro, el bando rival, lo ocupa el resto. Falcó marca las fronteras que en cada caso le conviene. Falcó no tiene más reglas que las suyas. El código de circulación no le sirve. Conduce a su antojo.

La vida humana es como una hoja suelta y con espinas, que en día de viento, cuando te viene a la cara, si molesta, la apartas de tu camino. Su moral no es más que una bala en la recámara de su Browning, una navaja automática en la mochila, una cápsula mortal para uso propio y cafiaspirinas para sus frecuentes migrañas, todo el conjunto como faro y guía hacia un probable final que sabe está presente al torcer cualquier esquina.  Le va en el cargo.

Pero el verdadero protagonista de la novela no es Falcó: es la España que el autor nos muestra, parece que de reojo, pero con la profundidad de la crítica a la que él nos acostumbra, libre de perjuicio alguno. Con premeditación, con alevosía. 

Falcó tiene, no obstante, su regla base: el autor nos la desgrana en un libro de necesaria lectura. De los de una tacada.

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