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30 septiembre 2014

EL LODAZAL RUIDO

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La calle era un espacio abierto lleno de barro o polvo: el invierno o el verano hacían de las suyas, marcaban las normas y como hijos de la naturaleza, fango y arena, tenían la autoridad que les correspondía y que todos aceptaban. No había otra.

Y tras pasar páginas y páginas de nuestra historia, un buen día y en nuestro beneficio (al menos así se manifestaban quienes en ese momento mantenían su autoridad) piedra a piedra, adoquín a adoquín, se fueron pavimentando calles, plazas y avenidas. Lentamente, como correspondía a sus designios, incrustando cantos y aristas, entre argamasas a golpe de mazo, produciendo algún que otro ay en la rutina, para culminar en unos caminos donde el traqueteo era consustancial.

El pueblo estaba servido, satisfecho, contento: alfombras de piedras cumplían con su misión.

Sin embargo, un buen día, promesas de cambio anunciaron días de gloria y todo aquel adoquinado, producía quebrantos. Un río caliente de asfalto lo ocultó a nuestros ojos, cuando no destrozado, en sacrilegio por la piqueta que desmenuzaba aún más las antiguas esquirlas de las canteras próximas a la ciudad.

Nuevas capas han ido aumentando su espesor, como la lava entierra un pasado imposible.

Ahora más satinado, sí, más pulido, seguro, como enseña del silencio en la ciudad opuesto a la alharaca, que, sin embargo es ésta la que se impone, empujada por la autoridad, como antaño lo fueron los adoquines, hoy escondidos en nuestras entrañas, en obligado cumplimiento a la presión mediática que nos ofrecen.

Calzadas e ideas se van incrustando en nuestras vidas como cadenas kilométricas que de norte a sur pretenden forjar mentes a golpe de sueños imperiales, iluminados de “esteladas” pasiones que alumbran un imaginario colectivo, que, con sus cantos y aristas, están llamados a crear un puzle de confusión.

Un salto al vacío auspiciado por unos salvadores que nadie ha demandado.

Mazo y piqueta. Polvo y barro. Asfalto y lava.

La mesta en la ciudad, y sobre el lodazal ruido.

23 septiembre 2014

EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL, MI TEMOR

 

Confieso que me da miedo el Alto Tribunal Constitucional español, en su empeño de parecer cada vez más “bajo”, que en ocasiones lo consigue.

Un grupo de juristas que aún no han entendido la finalidad para el que fue concebido, que no es otra que concebir, sí, sí, concebir, la defensa de la Constitución Española.

El proceso soberanista catalán es un camino de mentiras lleno de trampas de dulces cepos, ensartados con cebos caramelizados de hiel.

Su mejor argumento es el “apesebramiento”  de una juventud que en los últimos treinta años ha estado en su más completa indefensión, a merced de una clase política con ensoñaciones nacionalistas que ha fracasado en lo social, con el triste logro y en su beneficio de haber incubado el virus del enfrentamiento en una sociedad catalana cada vez más degradada.

Temo al Tribunal Constitucional porque no sería la primera vez que fallara en contra de su propia naturaleza, con gran desprecio a la ciudadanía a la que se le debe el mayor respeto, que sin embargo y en su ignorancia no exige, mientras se desplaza por la mesta de la ciudad en busca del pasto independentista al que se entrega esclavizado.

La quiebra de la convivencia nacional depende en gran medida de la fortaleza moral de sus miembros, los del Constitucional, que si uno sólo de ellos y en su jerarquía, fallara a favor del “derecho a decidir” de los catalanes, sólo uno,  dejaría a pie de los caballos a la soberanía de la nación española entera, y renunciaría de inmediato a su propia razón de ser, a su dignidad.

19 septiembre 2014

EL CAFÉ PARA TODOS: VOMITIVO NACIONAL

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Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, por decisión libre y de acuerdo mutuo, decidieron unir sus Reinos. La primera tenia problemas con “la Beltraneja” en su aspiración a heredar la corona castellana, mientras que el segundo se decidía por imponer su real criterio a los condes catalanes, señores feudales ellos, dispuestos a tener bajo su dominio a sus súbditos sin otras aspiraciones territoriales.

Carlos I Rey de Castilla,  de Aragón,  de Valencia, de Mallorca, de Murcia, Conde de Barcelona… etc, faenó decidido como Rey de España y con el único obstáculo en su feudo peninsular, de unas revueltas que en ningún momento exigían su desmembración. Iban por otros derroteros.

Felipe II amplió sus dominios y en España no se ponía el sol: Portugal, Filipinas y otras tierras anexas lo atestiguaban.

A Felipe III le gustaban los saraos y el valido duque de Lerma fue el primer corrupto español de la Edad Moderna.

Con Felipe IV, el Conde-Duque de Olivares, pese a sus buenas intenciones,  tuvo la rémora de su torpeza y la insolidaridad de quienes deseaban conservar sus privilegios, pero en la mesa de los naipes nadie puso en juego la integridad nacional, aunque eso sí,  por razones históricas los de Portugal tomaron las de Villadiego.

Carlos II, débil y enfermizo, fue muy querido por los catalanes y considerado por estos como un gran Rey.

Sin hijos, dejó la corona a Felipe V quien tan pronto llegó a España juro fidelidad a la Generalitat Catalana siendo correspondido en la misma manera. La Gran Alianza europea invadió España, que a la sazón tenia simpatizantes en Madrid, Barcelona y Valencia, regiones donde también Felipe V tuvo sus leales, enfrentados a quienes proclamaron como Rey de España al archiduque Carlos con tres palotes, quien tuvo su mayor número de partidarios en Cataluña, quienes a la sazón defendían su españolidad sin reivindicar cualquier otra alternativa. Como era lo natural.

Con Fernando VI España tuvo unos años de paz y sosiego, que por cierto los necesitaba.

Carlos III, borbón él, firmó el Tratado de Libre Comercio que catapultó a Barcelona hacia la prosperidad con gran satisfacción para la nueva burguesía catalana. Que por lo visto no se lo agradecen en la actualidad.

Carlos IV y Fernando VII significaron un desastre para la nación española, nación que por cierto, como en Fuenteovejuna, respondió bizarramente para expulsar de España al francés, con los heroicos puestos de Zaragoza,  Gerona, Madrid, Valencia (donde un heroico “palleter” declaró la guerra a Napoleón).

A la muerte de Fernando VII, reinó en España Isabel II e isabelinos y carlistas se enfrentaron por la corona, pues la afición ya venia de antiguo.

Obligada la reina al exilio pero deseosos de mantener la corona, las Cortes proclamaron Rey a Amadeo de Saboya,  pero asesinado Juan Prim en el momento de su llegada, político catalán de gran prestigio y su principal valedor, el monarca supo de la España cainita, abandonando la corona en emotivo e intelecto discurso de despedida.

España entró en guerras cantonales y otras quimeras, desembocando en una República camino a la penuria, afortunadamente salvada por una Restauración que hizo bueno aquello, del mal, el menos.

Alfonso XII dejó el asunto en las manos de Cánovas y Sagasta, y durante unos años el remedio funcionó razonablemente bien, pese a los caciques.

Sin embargo, a Alfonso XIII la Corona la vino ancha y pese a su noble empeño, le crecieron los enanos.

Primo de Rivera terminó con el paro, y las madres españolas le agradecieron que pusiera punto y final la guerra africana. Dejó fuera de juego a los políticos españoles, y estos, dedicados a lo suyo, optaron por recuperar el sueldo.

La II República llegó por derecho propio y con gran alborozo nacional, pero apenas duró 30 días. “El dedo de un soldado español vale más que todos los curas de España”, dijo Azaña quien se dedicó a mirar hacia otra parte desde aquel 11 de mayo de 1931. Hasta que fijó su atención en Casas Viejas. Contra el "seisdedos".

Perdió su prestigio por ello, y las mujeres españolas  pusieron a la derecha al frente del Gobierno. No gustó demasiado la coalición de la CEDA y en 1934 tocaron bastos en España, especialmente en Asturias, con un “golpe de Estado” contra el Gobierno democrático, y la proclamación del Estat Catalá -por primera vez en su historia- por parte de Luis Company, que fue flor de un día.

El Frente Popular se presentó a las elecciones en febrero de 1936 y al menos lo tenia claro: “Si no ganamos en las urnas lo conseguiremos en la calle”, dijo Largo Caballero.

Meses después y con el asesinato del Jefe de la Oposición por las fuerzas del Estado, estalló la guerra civil, que no fue una, sino cinco: cuatro dentro de una que facilitaron el triunfo  del bando nacional, unido en su victoria.

Llego el franquismo, la postguerra de inmediato, los referéndum con una adhesión del 95% al Caudillo, en similar porcentaje al del rechazo actual,  el Plan de Desarrollo de López Rodó, y los grises en la Universidad.

España demandaba libertad y “Estatut de autonomía”. La Transición ejemplar tuvo su golpe de tos con Tejero, pero los campos de la piel de toro se llenaron de museos etnológicos, de frontones y de piscinas cubiertas.

Por las transferencias en Educación, Cataluña cambió de inmediato a 25.000 profesores de Historia en las aulas catalanas: el adoctrinamiento estaba servido y una nueva historiografía iba a embardunar las negras pizarras del mundo escolar.

En las Vascongadas ETA ha marcado los tiempos desde el principio y los “cuarenta de Ayete” abandonaron las playas donostiarras, palacio residencia del Generalísimo, por las tranquilas aguas del Mediterráneo.

El café para todos se ha convertido en la actualidad en un vomitivo nacional en cuyo remedio los españoles buscan su mejor receta.

Gestión o demagogia: he ahí la cuestión. La hora de la incertidumbre no sabe de Leyes de Tráfico.

11 septiembre 2014

EL DERECHO A DECIDIR Y LA DIADA CATALANA – EL DÍA DESPUÉS.

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El derecho a decidir es inalienable a las personas; su único límite es en aquello que no les pertenece, sea dicho con toda claridad.

La soberanía del pueblo español está explícita en la Constitución y por derecho corresponde a todos sus ciudadanos. Carta Magna sin fecha de caducidad, tanto en cuanto su reforma corresponde a la mayoría parlamentaria del Congreso de los Diputados.

Los catalanes no tiene el derecho a decidir sobre aquello de lo que no son dueños, por idéntico razonamiento –se podrían citar a cientos- al que un propietario de una vivienda no puede decidir el abandono de la Comunidad a la que pertenece y actuar en solitario o con quien decida, obligado a la Ley de Propiedad Horizontal vigente, a la que están sometidos todos los vecinos,  léase ciudadanos.

Y como usurpadores de la verdad histórica, celebran su “día grande” mediante el recurso de la mentira con la que “ilustran” desde la enseñanza oficial a la juventud toda.

Focalizan el tercer centenario con la supuesta “caída de Barcelona” en 1714, cuando lo cierto es que los partidarios del Archiduque proclamaron como Rey de España a quien tomara el nombre de Carlos III, a la sazón sin mencionar que Cataluña también tuvo partidarios del borbón Felipe V a quien la Generalitat Catalana juró fidelidad a su llegada a España.

Es decir, una “guerra internacional por la sucesión al trono español” la convierten en el principal motivo que justifica la independencia de Cataluña, lo que por si solo demuestra que más que la Diada catalana es la representación sainetesca de la Gran Mentira catalana (redundancia obligada) que se ha instalado en sus instituciones para emponzoñar la vida social de una región española, necesitada más que nunca de su higiene urbana y especialmente en el mundo de la docencia.