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29 septiembre 2006

HAY MÁS DE UN ESTAMBUL: BEYAZIT


Hemos comido en el Bósforo. Bajo el Puente de Galata. El puente tiene dos plantas, la superior para los vehículos y la inferior llena de restaurantes. La parte central del puente es levadiza para los barcos de mayor calado que se adentran en el Cuerno de Oro, entrante de mar y de más de siete kilómetros. Se le llama de Oro porque cuando se pone el Sol, desde el alto del Café de Pierre Lopi, se observa el dorado que cubre las aguas. Es lo que dicen los admiradores de tanta belleza, aunque su nombre viene de la época en la que sus orillas constituían uno de los lugares de placer de los sultanes repleto de jardines y de palacios.

Desde semejante mirador literario los altos minaretes a una y otra parte del Cuerno de Oro crean en al entorno las mejores pinceladas que pudieran salir de la paleta de cualquier enamorado pintor.

Las gaviotas salpicaban el agua y mi amigo Alibabá nos ofrecía lo mejor de su casa. La mar tirabuzoneaba sosiegos y al frente, Asia, nos daba un abrazo de hermandad. La música suave del Istambul Balik, donde degustaba las carnes prietas de una hija del Bósforo, llamada lubina, me acercaba a la mezquita de Solimán el Magnifico en su siesta de cinco siglos. Asia, Europa y el Bósforo: tanto y en tan poco espacio.

Estambul es una enorme ciudad de gentes y en sus viejas calles no hay espacio para la soledad. Es un río de voces que navegan por recodos de comercios rancios, cutres pero muy vivos y de andares ligeros, abriéndose paso unos a otros siempre con prisas. Me refiero a Beyazit porque Estambul es mucho más que un solo Estambul. Beyazit, donde teníamos el hotel, está próxima a la parte histórica de la ciudad y en sus calles existe una industria manufacturera especializada en el negocio de la piel. Suministra sus terminados a empresas turcas y del Este europeo que llegan a la antigua Constantinopla para hacer sus negocios.

Una mañana observé descargar un camión sorprendentemente cargado, por procedimientos manuales. Las fardos de pieles, quizá de cien kilos, se depositaban sobre la espalda de un turco quien con su andar lento y seguro, mirada al frente semejante a un galápago, transportaba la mercancía para luego ser distribuida por las múltiples y pequeñas fabricas ubicadas en los destartalados bajos y sótanos de Beyazit.

Beyazit es un barrio muy vivo, con mucho movimiento de personas. Al anochecer, junto a las aceras, se ven montañitas de despojos: retales de pieles, de telas, de plásticos. Son los testimonios de una gran actividad manufacturera que al amanecer han desparecido para que sus calles vuelvan a llenarse de gentes y coches arriba y coches abajo.

Por la noche descubrí la parte baja de Beyazit, muy próximo al Bósforo, donde existe entre unas pocas calles, un lugar lleno de restaurantes, abigarrado, de gran encanto y con musiquillas suaves donde sirven la deliciosa comida turca llena de colorido. Es la de verduras exquisitas, de sus obligados yogures como entrante, de sus picadillos picantes y las carnes de cordero o ternera o sus magníficos pinchos de pollo. La fruta en Estambul es exquisita y la macedonia es la mejor que he conocido. Y muy cerca, junto a la orilla del estrecho, los restaurantes de pescado que ofrecen sus doradas y lubinas como auténticos manjares.

De vuelta al hotel no pudimos evitar la tentación de tomarnos un té de manzana. En Estambul me aficioné tanto a él, que no podía prescindir de su grato sabor. Recordando todo lo visto durante el día me vinieron a la memoria los baxtaisos de la Catedral de Santa Maria de la Mar que Idelfonso Falcones nos cuenta en su libro La Catedral del Mar. Si hace siete siglos aquellos esforzados hombres trasladaban sobre sus espaldas, piedra a piedra, las necesarias para la construcción de la Catedral, aquí y ahora, en Estambul, el semblante del turco con su bala de pieles sobre la espalda debe de ser el mismo. Los baxtaisos tenían fe en lo que hacían; los gestos, la figura y la serenidad en las caras de un pequeño grupo de portadores turcos, también denotaban la fe en su esfuerzo. Pero aquello fue otra historia.

Septiembre 2006-09